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Santo del dia

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  • hace 10 horas
  • 2 Min. de lectura

Simón y Judas Tadeo, apóstoles y primos de Jesús, predicaron juntos en Persia, donde fueron martirizados por su fe. Hoy se veneran en la Basílica de San Pedro.


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Reflexión periodística sobre los Santos Simón y Judas Tadeo (28 de octubre)

Cada 28 de octubre, la Iglesia celebra a los santos Simón y Judas Tadeo, dos apóstoles cuya figura, aunque más discreta que la de otros seguidores de Jesús, encierra una profunda enseñanza sobre la fe, la cercanía y la fidelidad. Ambos formaron parte del grupo íntimo de los Doce, compartiendo con Cristo su vida cotidiana, su predicación y, finalmente, el testimonio de su martirio.


La tradición reconoce a Simón el Zelote, así llamado por su fervor y entrega radical, como un hombre apasionado por la justicia y el Reino de Dios. De Judas Tadeo, primo de Jesús y hermano de Santiago el Menor, la historia conserva su imagen de apóstol fiel y de intercesor en los momentos difíciles, siendo hoy venerado en todo el mundo como el “santo de las causas imposibles”.


Ambos viajaron por tierras lejanas —Persia, Siria y Armenia— llevando el Evangelio a comunidades paganas, donde su predicación provocó tanto conversiones como persecuciones. Su muerte violenta, narrada por los textos antiguos, no borró su testimonio; al contrario, selló con sangre la coherencia de su fe.


Más allá de los siglos, la figura de Simón y Judas Tadeo invita a redescubrir el valor del compromiso silencioso, de la lealtad y del servicio sin protagonismo. En un mundo donde el éxito y la visibilidad suelen medirse por la fama, estos dos apóstoles nos recuerdan que la verdadera grandeza cristiana se encuentra en la fidelidad diaria, en el amor sin condiciones y en la entrega a los demás.


Sus reliquias, veneradas en la Basílica de San Pedro, son símbolo de una misión compartida: la de transformar el mundo con la fuerza humilde del Evangelio, sin buscar recompensas terrenales. Hoy, su fiesta es también un llamado a mantener viva la fe incluso cuando el camino parece incierto, confiando, como ellos, en el poder de la esperanza y la promesa de Cristo.

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