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Santo de día

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  • 27 sept
  • 2 Min. de lectura

San Vicente de Paúl (1581-1660), sacerdote francés, dedicó su vida a los pobres y fundó la Congregación de la Misión y las Hijas de la Caridad. Fue proclamado patrón de todas las Asociaciones de Caridad.


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San Vicente de Paúl, el sacerdote que hizo de la caridad su obra maestra

La Iglesia católica conmemora este 27 de septiembre a San Vicente de Paúl, sacerdote francés que dedicó su vida a los más pobres y fundó dos de las instituciones más influyentes en la historia de la caridad cristiana: la Congregación de la Misión y las Hijas de la Caridad. Nacido en 1581 en Pouy, un pequeño pueblo de Gascuña, Vicente conoció desde joven la dureza del trabajo en el campo, pero su inteligencia le abrió camino en los estudios y lo llevó al sacerdocio a los 19 años.


Su vida estuvo marcada por episodios extremos: fue capturado por piratas y vendido como esclavo en Túnez, de donde logró escapar tras la conversión de su último amo al cristianismo. De regreso a Francia, inició su labor pastoral primero en parroquias rurales y luego en París, donde descubrió las profundas desigualdades entre ricos y pobres. Ese encuentro con la miseria lo llevó a organizar redes de ayuda que no se limitaran a limosnas momentáneas, sino a estructuras duraderas de asistencia y acompañamiento.


En 1617 fundó las primeras Asociaciones de Caridad, formadas por mujeres que se encargaban de atender a familias necesitadas. Años después, en 1633, dio vida a las Hijas de la Caridad, una congregación revolucionaria para la época: mujeres consagradas que, en lugar de vivir en clausura, servían activamente a los pobres, enfermos y marginados. Paralelamente, con el apoyo de la familia Gondi, fundó la Congregación de la Misión, conocida como los Lazaristas, para evangelizar a los campesinos y formar al clero.


San Vicente murió en París el 27 de septiembre de 1660 a los 79 años. Fue canonizado en 1737 por el Papa Clemente XII y proclamado patrón de todas las Asociaciones de Caridad por León XIII en 1885. Su legado se resume en la frase que repetía a sus seguidores: “Amemos a Dios, hermanos míos, pero amémoslo a nuestra costa, con el trabajo de nuestros brazos y el sudor de nuestro rostro”.


Hoy, miles de instituciones vicentinas en todo el mundo continúan su obra, recordando que la verdadera fe se manifiesta en el servicio concreto a los más pobres y olvidados.

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